martes, 1 de febrero de 2011

Torreón, bajo el fuego


Manuel Padilla Muñoz..
La mañana del lunes 18 de octubre amaneció como cualquier otra del otoño lagunero: fresca por la mañana, cálida a media mañana y calurosa por la tarde. Jamás imaginé siquiera la terrible experiencia que pasaríamos horas después de que mi hermano Carlos llegó por mí para asistir a una reunión en el Edificio Coahuila con el profesor Demetrio Zúñiga, ahora delegado del PRI en Guerrero y futuro diputado local el próximo año.

A la una con 25 minutos, apenas traspasábamos la puerta del Edificio gubernamental que da al Periférico, frente a la Puerta del Sol, cuando nos topamos, en forma sorpresiva, ante cuatro patrullas de la Policía Preventiva de Torreón, cuyos agentes estaban con sus armas de alto poder, en posición de tiradores con mira al Periférico esperando a algún vehículo que procedía de Gómez Palacio, Durango. El puente sobre el Río Nazas, que divide a los estados de Durango y Coahuila, se encuentra a unos 100 metros.

Al vernos, el agente de la Preventiva, sorprendido de nuestra presencia, a gritos nos ordenó que nos tiráramos al suelo porque “va a haber una balacera”. Como autómatas, acatamos la orden y quedamos pecho a tierra bajo la patrulla, protegidos por el vehículo y una pequeña barda del Edificio Coahuila. Enfrente se encuentra el borde del río Nazas; junto, las instalaciones de la Universidad Autónoma del Noreste (UANE); luego, en el centro del Periférico, la llamada Puerta del Sol, que es un gigantesco monumento de entrada a Torreón, unos 200 metros más al oriente, las instalaciones de la Policía Federal de Caminos y en la parte posterior del edificio Coahuila, las de la Policía Preventiva Estatal, cuyos agentes se encontraban custodiando la gira del gobernador Humberto Moreira.

Ahí quedamos tirados boca abajo, atónitos, desconcertados. No sabíamos lo qué iba a ocurrir ni cuándo pasaría. Instantes después, la voz de un oficial de la Preventiva que estaba al inicio, gritó: “Esa es, la camioneta blanca”. Alzamos la vista rumbo al Periférico y alcanzamos a ver una camioneta blanca, vieja, que a toda velocidad entraba a Torreón por el Periférico.

Esa fue la orden para que todos los agentes de la Preventiva soltaran una lluvia de balas sobre el vehículo. Los sicarios, a su vez, los que iban en la parte trasera de la camioneta Pick Up, respondían el fuego hacía las patrullas. Fueron cientos de balas las que se dispararon mutuamente en unos minutos. Los casquillos de las balas de los agentes de la autoridad caían a los lados de nuestros cuerpos, quemantes, todavía despedían el humo del disparo. Las balas pasaban muy cerca de nosotros y dejaban en nuestros oídos un zumbido que nunca había sentido. La patrulla que nos resguardaba terminó con 8 impactos de bala, de los llamados cuernos de chivo que a diestra y siniestra disparaban tres sicarios desde la parte trasera de la camioneta.

El que manejaba la Pick Up trató de dar “vuelta en U” y regresar a Gómez Palacio. Sin embargo, el camellón central del Periférico -una pequeña barda de unos 40 centímetros de altura- se lo impedía. Se fue sobre él y el vehículo voló por el aire un poco más de un metro y al caer, en el carril contrario, explotaron las llantas delanteras porque caía de pique. El intercambio de disparos seguía en su apogeo. La camioneta quedó varada a no más de 30 metros de nosotros. Alcé la vista y vi claramente como una bala penetraba la cabeza del chofer al tiempo que le brotaba la sangre y caía muerto sobre el volante. Su compañero, en la cabina, recibía un disparo en el hombro izquierdo.

Los tres que estaban en la caja de la camioneta seguían disparando hasta que uno de ellos lanzó su arma y alcancé a escuchar que se rendía; pedía que no lo mataran. No sé cuánto duró el fragor de esta batalla de guerra callejera iniciada por el espurio Felipe Calderón, pero lo que haya sido se me hicieron momentos interminables en algo que jamás, en toda mi existencia, había vivido. Mi hermano -periodista también, al fin- seguía tomando fotos con su cámara digital que siempre trae ceñida a su cintura.

Los disparos empezaron a amainar. Dos de los sicarios sacaron al herido en el hombro de la cabina y huyeron por el río Nazas rumbo a unas cribas de arena. Poco a poco, los agentes de la Policía Preventiva de Torreón se acercaron y fueron tras los fugitivos. Uno de ellos llevaba una pistola y enfrentó a los agentes de la ley en el lecho del río. Fue herido también y apresados. Este moriría al llegar junto a la camioneta que estaba distante unos 100 metros.

Supimos después que los cinco sicarios habían cometido un asalto en el fracciona- miento Hamburgo, de Gómez Palacio, donde dieron muerte a un agente de la Preventiva de esa ciudad. Desde ahí, los preventivos los venían siguiendo y solicitaron el apoyo de los cuerpos policíacos de Torreón, y fueron esas cuatro patrullas de la preventiva las que acudieron al auxilio y llevaron a cabo todo el enfrentamiento.

Hay que reconocer que fueron los elementos de esas cuatro patrullas de la Policía Preventiva de Torreón los que demostraron valor, coraje y profesionalismo, exponiendo sus vidas. Y nosotros, en forma sorpresiva, inesperada.

Al final, llegaron “en apoyo” los estatales preventivos y los militares. Los federales nunca acudieron.

Saldo final: dos sicarios muertos, lo mismo que un policía de Gómez Palacio, un sicario herido y dos detenidos. Como los hechos delictivos sucedieron en la vecina ciudad, ahí se radicó la investigación y el proceso. El miércoles 20, los tres sicarios -uno herido y dos sanos- fueron trasladados al Cereso de Gómez Palacio a las 5 de la tarde. Minutos antes de las 12 de la noche hubo un intento de motín y los reos de esa penal llegaron hasta la enfermería donde dieron muerte a los tres detenidos del enfrentamiento del Periférico, y la misma suerte corrió un joven detenido por otra causa que estaba dentro de la enfermería, cuyo mayor delito fue estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. ¿Casualidad?

Poco después de las 3 de la tarde, la conclusión fue de que estábamos vivos de milagro, que vivimos para contarlo pero que es una terrible experiencia que no se le desea a nadie. La crisis de nervios llegaría posteriormente, la secuela.
Entiendo ahora los momentos de horror que vivieron los sobrevivientes de las masacres de “El Ferry”, “Las Juanas”, la quinta Italia Inn y muchos otros antros. De verdad. No se le desea esos momentos ni a nuestros peores enemigos.

¿Quién es el desgraciado que nos metió en esto? Seguramente su familia está bien protegida. Las nuestras, están en Torreón inermes, indefensas, bajo fuego.

correspondencialag@hotmail.com

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